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viernes, 5 de abril de 2013

¡Corre, Sonic, corre!



El último lugar donde uno espera encontrar algo de filosofía es en un videojuego. Tendemos a verlos más como un matatiempos que como una experiencia. Solemos olvidar que la mejor experiencia es la que se adquiere jugando, que la vida, la Gran Experiencia, es nada más y nada menos que un juego en el que disponemos tan sólo de un intento.

Me apetecía no pensar en nada, no complicarme, ver colores moverse alegremente y echar a correr el mundo ante mis ojos. “Qué mejor juego para eso que Sonic”, me dije.



Uno se echa a correr por esos mundos a una velocidad tan endiablada, que el mundo casi ni se ve. Los enemigos tampoco hasta que no están encima. Pero no te matan, sólo pierdes los anillos; y si no recuperas a tiempo aunque sea uno solo… El primer golpe no te mata, te mata la estupidez, el desenfreno de tirar para adelante sin haberte recuperado.

No hay que buscarle los tres pies al erizo. No hay filosofía en Sonic, no hay enseñanza. O al menos no esperamos encontrarla. Sólo queríamos jugar, ¿no? Déjate de comeduras de cabeza.

O quizá sí la hay.

En esas largas largas carreras por Green Hill a veces encuentras algunos tramos en que el suelo se derrumba bajo tus pies. Si te detienes un segundo, te vas abajo. Primero el suelo, luego tus pies, luego tú, y luego vuelta a empezar o fin de la partida. Tails, ese zorro astuto capaz de volar haciendo girar sus dos colas cual hélice de helicóptero (nunca le des peyote a un diseñador de videojuegos durante la etapa creativa) nos da un consejo en uno de esos tutoriales para tontos que tienen ahora muchos videojuegos: "Verás que a veces el suelo se derrumba bajo tus pies; pero no te preocupes, sigue adelante sin detenerte y no te pasará nada". Solté el mando sobre la mesa. Di un sorbo al café y prendí un cigarrillo. Me eché a reír.

Quizá sí la hay. No deja de ser una fábula; no en vano todos los personajes son animales, el protagonista un puercoespín del color del cielo en primavera, y el objetivo rescatar al resto de animalillos del bosque secuestrados por el malvado enemigo a derrotar: el Doctor Robotnik, un hombre rechoncho cuya alma, en algún momento, fue devorada  por la tecnología.

“Verás que a veces el suelo se derrumba bajo tus pies; pero no te preocupes, sigue adelante sin detenerte y no te pasará nada”.

Recordé la vieja historia de la mujer de Loth convertida en estatua de sal por detenerse a mirar atrás. Recordé también el eslogan del whisky Johny Walker: "Keep walking", que tanto nos ha dado que hablar en noches de alcohol y delirio. Aparecen por todos lados  mensajes animándonos a no detenernos, como un auriga fustigando a los caballos. “¡Más madera, más madera!”, que gritaría Groucho Marx a lomos de una locomotora que se devora a sí misma y que no tiene nada que envidiarle a la serpiente Ouroboros.



Y una mierda. Hay que detenerse. No para siempre, pero hay que detenerse cada tanto. Mirar el puto paisaje, y disfrutarlo. Aunque el jodido suelo se derrumbe bajo tus pies mientrastanto.


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